Bolívar se dirige a El
Juncal, cerca de Barcelona, donde había establecido su cuartel - Se entera del desastre de la Casa Fuerte,
pero también de la victoria de San Félix -
Piar dispone atacar de nuevo la ciudad de Angostura – Bolívar vuelve al
Orinoco por la boca del Pao - Instala su Cuartel General en el otro
Juncal, el de Guayana, a legua y media
de Angostura – Asume el control de todas las operaciones militares de Guayana -
Pasa al Caroní – Su estada coincide con el asesinato de 22 misioneros en
Caruachi - Se entera Bolívar del
Congreso de Cariaco, lo imprueba y asume la Jefatura General del
Ejército que había depositado en Mariño – Crea el Departamento de Maturín independiente
de Cumaná y designa a Andrés Rojas su comandante – El Padre José Félix Blanco
confundido ante una dudosa solicitud de Piar.
El
Libertador cruzó de nuevo el Orinoco por Angosturita el 8 de abril y antes de
llegar a El Pao, se enteró de la pérdida de Barcelona y el desastre de la Casa
Fuerte y de cómo fueron masacrados
familias y defensores. En El Pao lo esperaban el coronel Francisco de Paula
Santander, quien por sus controversias con Páez en Sanare lo había abandonado. De aquí se encaminó a El Chaparro para
encontrarse con las tropas del General Bermúdez y los oficiales Arismendi,
Armario, Valdés y Zaraza. De El Chaparro
siguió a San Diego de Cabrutica donde fue informado de la victoria de Piar en
San Félix y finalmente a su cuartel de El Juncal. Aquí
decide retornar a Guayana para fijar allí su Cuartel General y asumir el
mando total del ejército. Lo acompañan
los oficiales Juan Bautista Arismendi, José Francisco Bermúdez, Manuel Valdés,
Carlos Soublette, Agustín Armario, Fernando Galindo, Jacinto Lara, Rafael de
Guevara, Francisco Vicente Parejo y otros.
Llega a la margen izquierda del Orinoco el 25 de abril de 1817. Un día
antes, Piar que se había trasladado con parte del Ejército victorioso a la Mesa
de Angostura para reforzar a los sitiadores de la ciudad, intenta un nuevo
ataque por dos frentes tratando de sondear la calidad de la respuesta y
definitivamente se convence de la imposibilidad de ocuparla mientras el sitio
militar no se extienda hasta el Orinoco e impida toda comunicación de los
sitiados con las Fortalezas y las fuerzas de Morillo en San Fernando.
Tratando de instalar baterías en
puntos estratégicos de las costas del río, Piar recibe un posta anunciando la presencia de Bolívar a unas
cuantas leguas al Oeste de la Mesa en dirección hacia Moitaco al frente de la
Boca del Pao y a su encuentro se dirige con suficiente tropa de resguardo. Bolívar instala su Cuartel a legua y media de
Angostura en un sitio denominado también El Juncal. A partir de ese momento y
en el curso de una semana ambos jefes conferencian y se desplazan entre el
Juncal y la Mesa. Piar informa ampliamente sobre la Batalla de San Félix y del
plan militar previsto para la toma de Angostura y Fortalezas de Guayana, todo
lo cual aprueba y reconoce Bolívar al asumir el control y conducción absolutos de las operaciones militares en virtud
de su jerarquía de Jefe Supremo, lo cual
aceptó Piar, siendo confirmado en el grado de general en jefe con el que fue
designado después de la Batalla del Juncal y lo comisionó para que se encargara
del sitio de la Antigua Guayana, mientras Bermúdez y Cedeño efectuaban el de
Angostura.
Desde la Mesa de Angostura el
Libertador escribe el 16 de mayo al Coronel Leandro Palacios una carta de
relación familiar en la que aparte de eso le informa que “La llegada del Almirante Brión, con su escuadrilla, a
las Bocas del Orinoco, pondrá muy en breve, en nuestro poder las dos Guayanas
(Las Fortalezas y Angostura), que yo había resuelto asaltar, y cuya operación
he suspendido porque con este auxilio estamos ciertos de triunfar a la vez por
mar y por tierra (...) El General Mariño
tiene un brillante ejército en Cumaná...
La victoria que ha obtenido el General Piar en San Félix, es el más
brillante suceso que hayan alcanzado nuestras armas en Venezuela...Ahora más
que nunca, debemos confiar en la fortuna, ya que empezamos la restauración de
Venezuela por donde debemos: por el Orinoco y por los Llanos...”
Ese mismo día se traslada a su Cuartel General del Juncal,
donde lo aguarda un documento muy importante y desconsolador a la vez que le ha
sido enviado con un posta desde Cumaná,
tal es la copia del acta del
Congreso de los Estados Unidos de Venezuela, conocido despectivamente como
Congresillo de Cariaco, que había sido convocado sin su autorización, por el
General Santiago Mariño, aconsejado por el Padre Madariaga que había escapado
de la cárcel de Ceuta a donde había sido enviado por Monteverde en 1812. Este Congreso, con base en la Constitución
de 1811, nombró un Poder Ejecutivo
colegiado integrado por el propio Bolívar y en su ausencia, Francisco Javier
Alcalá, Francisco Antonio Zea y José
Cortés Madariaga que evidentemente lo destronaba de la Jefatura Suprema. Este
Gobierno republicano comenzó a despachar en
Pampatar, Provincia de Margarita, y allí se retomó de nuevo el Tricolor
Nacional incorporándole siete estrellas azules en la franja amarilla
representativa de las provincias que juntas declararon la Independencia de
Venezuela en 1811. Bolívar indignado
actuó inmediatamente para acabar con sus efectos, desautorizó al Congreso,
independizó la jurisdicción bajo su control de la influencia de Mariño y
constituyó el Departamento Militar de
Maturín bajo el mando del General de Brigada Andrés Rojas, a quien en carta del
17 de mayo de 1817 le dice que:
“Enteramente dedicado a los negocios del Gobierno y
que obraba el ejército grande a mucha distancia, tuve bien nombrar un jefe de
la fuerza armada para que inmediatamente dirigiese las operaciones del
ejército, cuyo nombramiento hice en el Sr. General Santiago Mariño; mas las
contrariedades de este Jefe, su
renuencia en obedecer mis disposiciones, los incalculables males que ha causado
a la República, el sistema de contrariar las providencias del Gobierno, me han
hecho resolver a ponerme otra vez a la cabeza del ejército, suprimiendo el
destino de Jefe de la fuerza armada conferido al Sr. Santiago Mariño para obrar
conforme al bien del Estado.
He resuelto, pues, por estas razones que en lo sucesivo
sea gobernado el Departamento de Maturín independientemente de dicho Sr.
General Mariño, y de la capital de Cumaná, y por consiguiente V, S., a quien
nombro General de dicho Departamento, se entenderá directamente con el Gobierno
Supremo, y en las medidas que tome solo atenderá a las órdenes mías sin
obedecer las que otro le comunicare.
Todo lo que aviso a V. S., para su inteligencia y satisfacción de los
habitantes de ese Departamento. Dios
guarde a VS muchos años. Bolívar”.
Al día siguiente, 18, responde al
Coronel José Félix Blanco, una carta donde lo felicita por su arribo a Guayana
y lo manda a que continúe en el gobierno de las Misiones conforme al
nombramiento que obtuvo del General Piar “proponiéndome
cuanto Vd crea conveniente para el fomento de ellas y utilidades que el Estado
pueda reportar. Pasado mañana marcho al
interior, y en Upata veré a Vd para que
a la voz me imponga de los detalles que apetezco”.
El 19 de mayo Piar salió para las
Misiones a inspeccionarlas, sin esperar al Libertador, quien partió en la misma
dirección al día siguiente. Piar iba
disgustado por el encargo de ocupar a Guayana la Vieja, ordenado por el Jefe
Supremo, lo que consideró deprimente.
El 20 de mayo, el Libertador emprende viaje al interior,
pasa revista a la tropa de Caruachi y dispone
por órgano del Estado Mayor que el Teniente Jacinto Lara y el Capitán
Juan de Dios Monzón se hagan cargo de la Compañía del Ejército y de los frailes detenidos allí desde
febrero. El Capitán Juan Camero, jefe de
esa Guarnición, resignó el mando, entregó los religiosos y se dirigió a
incorporarse al Cuartel General. El Libertador marchó luego a San Miguel y de
allí pasó a San Félix y se alojó en el Convento de las Misiones del Caroní que
había sido habilitado para cuartel. El 25 escribe a Soublette insistiendo en
que lo más importante por ahora es
apoderarse del río y que “no he
resuelto si después marcharé rápidamente a Upata...” En definitiva no fue a Upata sino
que mandó a llamar al Padre José Félix
Blanco, Administrador de las Misiones, para que informase del territorio a su
mando.
El día 21 de ese mismo mes de mayo, el General Piar, quien
había fijado cuartel en Upata le escribe
al Coronel José Félix Blanco, instalado en Capapuy, esta carta que parece ser
la clave agravante de todos sus males:
“Mi apreciado Padre Blanco: De
oficio escribo a U diciéndole que necesito de U para saber la población
del Departamento y
particularmente el número
de hombres que
haya útiles para
las armas. He
venido à formar
un depósito, y
es preciso que
entre en él todo el que
no sea absolutamente
necesario para la
agricultura y trabajos
del Estado.
Además de
esta noticia, tengo
que recibir de U
otras muchas, que reservo
pedirle para cuando
nos veamos, que espero
muy pronto. Para entonces
ó antes, si es
posible, me dirá U
el número positivo
de mulas con
que podemos contar
en todas las
Misiones. Esta noticia
vendrá por duplicado,
es decir, el
número verdadero en
una carta confidencial,
y de oficio
otro número en que se
oculten la mitad
ó las dos
terceras partes de las que
hay en efecto.
U extrañará mucho
esto; pero es preciso, mi
amigo, usar de
algunos engaños y
artificios para liberarnos
de los muchos
males que nos
causa al otro
lado, U. sabrá que
el General Arismendi
pasó por el
Pueblito de 900
á 1.000 mulas
que había en
el Departamento de
Caycara, y sabrá
también que las
100 mulas enjalmadas
que le mandé
poner en San
Felipe, pasaron el Orinoco junto
con otras tantas
que tenía allí
el General Cedeño,
&. Pregunte U
ahora qué se
hicieron todas esta
mulas que tanto
necesitamos? Ni una
sola se ha
empleado en servicio
del Estado: todas
las han vendido,
ó extraído por
cuenta de particulares.
Pero hay mas:
quiere ahora el
General Bolívar que
le manden para
Margarita mil y
doscientas, que es
lo mismo que
mandar arrasar con
cuantas hay. U sabe
que el ejército
carece de municiones,
de armas, de
vestido: sabe el
resultado de las
comisiones que se
han confiado á
extranjeros para ir
á buscar lo
que necesitamos con
nuestros intereses: ninguno
ha vuelto, y
el que lo
ha hecho ha
sido con las
cuentas del Gran
Capitán. Esta experiencia
tan repetida me ha hecho
muy cauto, y me
obliga á reservar
cuanto se pueda
nuestros pequeños fondos.
Así, creo que
U será de
mi opinión, y
hará lo que
he dicho con
la última reserva,
comunicándolo solamente con
Uzcátegui, para que
esté entendido de
ello y pueda
dar un número
igual al de
U caso que
se le pida.
Soy de U.
afectísimo amigo y
compatriota que le
desea salud y
libertad. Piar”
Dos días después, José Félix Blanco
responde a Piar, con el mismo oficial que servía de mensajero, lo
siguiente: “Mi apreciado General
(...) Como la oficina de la Comandancia General está corriente con el
día, podré mandar a U oficialmente mañana la noticia que con el mismo carácter
me pide del número de hombres que tengo aquí para las armas y que no necesita
la agricultura en los trabajos del
momento.
General: en cuanto a que mande o autorice un dato duplicado, acomodaticio, que diga una cosa de oficio y otra en
privado, ha de permitirme que no lo ofrezca hacer lo que no puedo. Ni por la patria haría yo un engaño si tal
necesitara esta de mi. No puedo obrar
como U me lo exige en su carta que contesto, cualquiera que sea el motivo que
tenga para aquella existencia.
Y es todavía más grave y menos aceptable a mis ojos, lo
que deduzco de lo que con medias palabras me ha comunicado el oficial portador
de su carta, quien parece tener para hacerlo encargo especial y reservado de
U. No he querido franquearme en esta
materia con aquel, aunque no dudo de su discreción, ni de que merece su
confianza: más bien lo he disimulado el juicio que he formado del grado de
gravedad del asunto. Nada le he
contestado, reservándome para cuando nos veamos, hacerle mis observaciones a U
solamente, pues sobre este punto guardaré la reserva más absoluta y entonces le
demostraré a U cuan perjudicial me parece que sería para la causa pública en un
desacuerdo que nos llevará a la anarquía,
y a los godos al triunfo sobre nosotros.
No, General:
estando, yo serví y ayudé al héroe de San Félix, aun en más y con mejor
oportunidad de lo que él me exigió en momentos supremos, fue sirviendo a la
patria por el órgano del General Piar que dirigía las operaciones en aquella
jornada. Pues así es que la sirvo ahora
por el órgano del General Bolívar que ejerce la autoridad suprema que hemos
reconocido.
Siento verdaderamente que la carta y
la misión que parece traer el oficial que la condujo, no puede dar a U otro
resultado que el que consigno en esta contestación; pero deseo que U no dude,
sin embargo, de la sinceridad de la estimación que le profesa su amigo y
compatriota. José F. Blanco”.
El Padre José Félix Blanco, tan pronto recibió la orden, se
trasladó el 27 al Convento de las Misiones del Caroní donde se hallaba el
Libertador despachando y el mismo día lo puso en conocimiento de todo cuando
quiso y necesitaba saber. En el punto
referente a los religiosos cautivos en el templo de San Ramón de Caruachi,
Bolívar, después de una breve pausa, le inquirió: “Eh
bien, amigo mío, ¿qué hacemos con esos Padres que el General Piar ha recogido
en Caruachi para cuidados y tormentos?
Yo deseo mantenerlos en un lugar seguro, en donde ni ellos influyan mal en los indios, ni estén expuestos a insultos y
vejaciones de tantos locos que hay en nuestras tropas: que permanezcan allí hasta que ocupado el
Orinoco por nosotros como lo será pronto por el Almirante Brión, podamos
echarlos fuera, y que se vayan con Dios.
¿Tiene usted donde ponerlos entretanto? El Padre Blanco contestó afirmativamente: “Sí,
señor, los haré conducir a las Misiones de Tupuquén y Tumeremo, que son las
últimas del Distrito Este, y en ellas estarán vigilados hasta nueva orden de
usted” Entonces el
Jefe Supremo repuso: “Pues bien, dé
usted las órdenes competentes para que todo se haga”.
El Padre Blanco se despidió del General. Se retiró a su alojamiento y sobre la
marcha comenzó a disponer todo los
concerniente al traslado de los religiosos.
Estando en ese menester, se le presentó el Edecán del Libertador
llamándolo con urgencia y cuenta el Padre Blanco en una declaración de su puño
y letra en los últimos días de su vida, por exigencia de su amigo Ramón
Azpúrua, que “apenas pisaba yo el último escalón
de la escalera del convento, cuando indignado y a gritos me habló así: ´¿No se lo decía yo a usted ahora rato, que temía de
los locos del ejército?: acabo de saber que los desalmados han asesinado a los
frailes de Caruache, a la luz del día´ . Quedé estupefacto, sin poder articular palabra por
largo rato. Al fin rompí el silencio y
con la energía de carácter que entonces me distinguía, clamé contra el atentado y pedí castigo. Pero ¡Oh dolor! La autoridad de Bolívar
estaba aun vacilante, era muy nueva; las tropas de Piar, solo reaccionaban a
éste por Jefe, como que casi todos eran orientales, que él había conducido de
Cumaná y Barcelona; faltábale todavía a Bolívar en el terreno que recientemente
pisaba, la repetición de la voz de mando y el ejército la obediencia, que son
el elemento del soldado y el alma de la disciplina militar; solo algunos
oficiales lo conocían y él no tenía confianza; las columnas de Valdez, Bermúdez
y Armario, llegadas apenas de Barcelona, circunvalaban la Capital; el Jefe
Supremo estaba aislado: resolvió pues mandar llamar a Piar que andaba por el
Juncal, y yo regresé al interior de las Misiones, lamentando aquel funesto
ejemplo de insubordinación, de inmoralidad y de tristes consecuencias”.
Los misioneros fueron asesinados, incinerados y arrojados
al Caroní. e identificados como Mariano de Perafita, de Nuestra Señora de Belén
de Tumeremo; José Antonio de Barcelona, de Santa Clara; Diego de Palau Tordera, de la Purísima
Concepción del Caroní; Matías de Tibisa, de San Félix; Gerónimo de Badalona, de
Santa María del Yacuario; Luis de Cardadén, de Sam Isidro de Barceloneta; Josef de Valls, de San Francisco de
Altagracia; Celso de Reus, de Nuestra Señora de los Dolores de Puedpa; Ramón de Villanueva, de la Divina Pastora del
Yuruari; Miguel de Gertrú, de Santa
Eulalia de Merecuri; Ildefonso de Mataró, de San José de Leonisa de Ayma; Fidel
del Hospitalet, de Nuestro Señora del Rosario de Guasipati; Joaquín de San Vicente Llavaneras, de
Barceloneta; Esteban de Sabadell, de San Ramón de Caruachi; Buenaventura de
Igualada, adjunto de Caruachi;: Ángel de Barcelona, de San Antonio de Upata;
Valentín de Tortosa, Segundo de Upata; y Honorio de Barcelona, de Santa
Magdalena de Currucay, más los enfermeros Antonio de Sau y Mariano de Triana.
En tanto que el Caroní se teñía de sangre, en Angostura, la
capital, cundían el pánico ante la presencia de una división al mando del
General José Francisco Bermúdez que
venía desde la provincia de Barcelona. Al saberlo, el Gobernador Fitz Gerald
comenzó a movilizar el resto de los recursos posibles para resistir atados a la
esperanza del socorro que pudiera enviarles el General Morillo. Moviliza a
comerciantes, marineros, negros esclavos y habitantes hábiles, al lado de 400
soldados y oficiales que le quedaban después del desastre de San Félix. A todos
se les entregan fusiles y cañones para
la defensa de la ciudad..
La ciudad entonces procuraba su
defensa con una potente batería en el sector de La Alameda, un reducto sobre la
Laja de la Sapoara y una trinchera que empezaba en Perro Seco y continuaba por
El Zanjón, la Concordia, la hoy Plaza Miranda, el Almacén de Pólvora, calle de
la Paciencia (Igualdad), calle de las
Orozco (Libertad) y calle Miscelánea (Dalla Costa) hasta La Laguna. El brigadier La Torre tenía a sus inmediatas
órdenes la compañía de Barinas reforzada con soldados del Barbastro, que
actuaba como reserva, acudiendo a los puntos más estratégicos, pues la
hostilidad de los patriotas era incesante, especialmente en horas nocturnas. El capitán Rafael Sevilla mandaba la tropa y
marinería de los buques que guarnecían la batería de la Alameda, comandada
por Francisco Salas Echeverría y la cual
hizo bastante daño a los patriotas cuando éstos intentaban tomarla.
No hay comentarios:
Publicar un comentario