Diálogo impaciente entre Piar y el oficial de
guardia Juan José Conde – Hincado recibe Piar la lectura de la sentencia –
Trastrabilla inmerso en el abismo de la
pena - Confesión y oración – Cae con su vieja esclavina de soldado desgarrada
por la muerte.
Ya hemos
dicho que el mismo día 15 de octubre, los miembros del Consejo de Guerra
presidido por el Almirante Luis Brión, curazoleño igual que el procesado,
acordaron por unanimidad condenar al General Manuel Piar a la pena máxima por los crímenes de inobediencia, sedición, conspiración y
deserción y habiendo trascendido la noticia a los cuarteles, varios jefes y
oficiales se acercaron hasta el Libertador
para opinar la inconveniencia de ejecutar esta sentencia públicamente,
por el
riesgo que había de una conmoción en el pueblo y ejército, seducidos en
parte por el pensamiento de Piar. Pero el Libertador declaró que prefería
correr el riesgo y cualquier otro antes que dar lugar a que una secreta
ejecución se atribuyera a venganza suya, que la muerte de Piar era un
sacrificio necesario que se hacía a la justicia y a la seguridad pública. De manera que terminó confirmando la
sentencia, y señaló para la ejecución el día siguiente a las 5 de la tarde y en
presencia de todo el ejército.
Pero a
las cuatro de la tarde de ese día nada sabía o se hacía el que no sabía el
entonces Capitán Juan José Conde, oficial de guardia y subalterno del
enjuiciado General Manuel Piar, quien le preguntó al presentarse a esa hora en su sitio de reclusión:
-Capitán,
qué ha sabido y opina usted sobre mi
causa, saldré bien o mal?
-Nada mi
General puedo opinar de ella por no estar instruido del proceso.
-Ha
recibido, usted, nuevas órdenes sobre la seguridad de mi persona, pues me
parece haber oído reforzar la guardia.
En
efecto, así ocurrió, pero para no inquietarlo, el Capitán Juan José Conde le
contestó:
-Es sólo
el relevo de un cabo y dos soldados que se hallan enfermos.
Después
de un breve mutismo.
-Es
insoportable el calor, hagamos una sangría –inquirió Piar cambiando de tema y
el Capitán Conde se la preparó, la bebió y se acostó luego a dormir hasta las
cinco y media en que le trajeron la comida.
Entonces el Capitán lo despertó y cuando estaban en la mesa Piar le
preguntó:
-¿Ha
sabido usted si el Consejo ha terminado?
-No lo
se porque nadie ha venido aquí.
-¿Ni el
Coronel Galindo?
-Tampoco.
-Estoy
con un poco de cuidado. Confío, sin
embargo, en Brión y también en Torres y
Anzoátegui. ¿No son ellos dos hechuras
mías? Su tío de usted me merece un buen
concepto. Galindo debe interesarse mucho
en hacer valer su defensa; le nombré mi defensor porque es mi enemigo. Usted sabe el motivo desde Upata. Ha trabajado la defensa a medida de mi deseo,
y se empeñará con el Jefe Supremo, que creo es su pariente para que no se la
desairen.
Piar
casi nada comió, pues tomó solo tres tazas de café. Como a las ocho de la noche le preguntó al
Capitán si nada había sabido del resultado del Consejo, y al contestarle “no
señor, nada se”, dijo:
-¡Oh!
Nada sabe usted, vaya, que es usted un excelente oficial de guardia; prepare
usted otra sangría, que la hace perfectamente.
El
Capitán Conde la preparó y la tomaron juntos.
Se acostó en la hamaca y quedó en un profundo sueño sin despertar en
toda la noche. Como a las 10 vino el
Comandante Diego Ibarra con la orden que
le comunicó al Capitán Conde y la advertencia de que debía responder con su
vida de la seguridad del preso.
El Capitán le respondió:
-Duerme
tú, Diego, que yo vigilaré sobre los dos y por los dos.
A las
seis de la mañana se levantó Piar, y al sentirlo el Capitán paseándose entró a
saludarlo y Piar lo recibió:
-Buenos
días Capitán Conde, ¿y no hacemos sangría?
Mientras
el Capitán la preparaba, Piar le preguntó otra vez por el Coronel Galindo
extrañado no hubiera venido a instruirle de algo . También quiso saber si el Consejo había terminado
el día anterior y el Capitán le informó afirmativamente y que pronto vendrían a
notificarle la sentencia, pero que ignoraba cuál fuese.
-No creo
que me fusilen, me expatriarán, harán más, me proscribirán, en fin, bebamos la
sangría y sírvanos de refresco.
El
Capitán José Ignacio Pulido había llegado y el Capitán Conde le dijo se
quedara en el zaguán esperando que Piar
terminara de consumir la sangría. Luego entró
y tras el saludo de rigor le manifestó que venía a instruirle de la
sentencia por hallarse enfermo el Fiscal.
-¿Es
buena o adversa?
-No es
muy buena
-Y cómo
he de recibirla?
-Hincado
-¿Hincado?
–interrogó al tiempo que se arrodillaba y el Capitán Conde le alargaba la mano,
notando que su cuerpo estaba prendido y sobrecogido de una viva afectación.
Al
terminar la lectura de la sentencia, se levantó apoyado de la mano del Capitán
Conde, y con una especie de frenesí comenzó a gritar por toda la sala
¡Inocente! ¡Inocente! ¡Inocente! Se
rasgó la camisa y arrojó la lente que usaba de costumbre al cuello. Al arrojarse en seguida a la hamaca cayó en
tierra. El Capitán lo levantó y le dijo
acomodándolo en la hamaca:
-Qué es
eso, General! ¿ha olvidado usted quién es?
El hombre ha nacido para morir sea cual fuere el modo que la suerte le
depare. Conformémonos pues.
Piar
cerró los ojos y quedó inmóvil como en una especie de sopor. Después de media hora se levantó y me dijo:
-Capitán
Conde, no crea usted y aun manifieste a todo el que se lo pregunte, que eso que
ha advertido usted en mi sea una debilidad.
No es cobardía, es solo efecto de lo que ha debido sufrir mi corazón al
oír esa bárbara sentencia, porque nunca creí que mis compañeros me sentenciaran
a muerte, tal vez por su error, y lo que es más, ejecutarme en esta plaza que
yo mismo he contribuido tanto a libertarla ¿por qué no se me asesina
secretamente?...Pero en fin...ya todo se acabó...Estoy resuelto a tragar la
cicuta Mándeme a llamar a Jorge Melean.
El
Capitán quiso antes entregarle la lente que había recogido del suelo, pero se
negó a aceptarlo diciendo:
-Quédese
con él, Capitán, pues siendo usted medio ciego, podrá serle útil.
Después
de un corto paseo que dio por la sala, le dijo al Capitán:
-Yo no
estoy degradado y supuesto que es usted el oficial que ha de conducirme, ¿me
permitirá mande yo la escolta que ha de ejecutarme?
-No se
si eso puede serme permitido.
-Y ¿por
qué no? Solicítelo usted del Jefe
Supremo.
Así lo
hizo el Capitán Juan José Conde, pero el General Anzoátegui y el Comandante
Francisco Conde le hicieron saber que no debía permitírselo.
Al
ponerlo en conocimiento de esto e informarle que Jorge Melean no se hallaba en
la ciudad, Piar le fijó la vista como espantado, desde la silla donde se
hallaba sentado con la cabeza sobre el brazo derecho apoyado en la mesa donde momentos antes habían colocado un
Crucifijo de la Catedral.
Creyendo
que ya era el momento oportuno, el Capitán le preguntó si quería que le llamase
algún sacerdote?
-Déjese
usted de eso ahora.
Luego se
levantó y fijos los ojos en el Crucifijo, exclamó:
-Hombre
salvador, esta tarde estaré contigo en tu mansión. Ella es la de los justos. Allá no hay intriga, no hay falsos amigos, no
hay alevosos... A ti los judíos te crucificaron , tú mismo sabes por qué, y
yo...y yo...por simplón voy a ser fusilado esta tarde. Tu redimiste al hombre, y yo liberté a este
pueblo ¡Qué contraste!
Y
dirigiéndose al Capitán, le dijo:
-Capitán
Conde, yo habré sido, no lo dudo, fuerte en reprender a mis subalternos; pero
¿cuál es el que mande que no tenga sus actos de arrebato? Mas, en mi interior jamás he guardado ningún
rencor, mi corazón nunca ha sido malo como los que me han vendido y
condenado. Yo los perdono, y también
pido perdón a usted por las impertinencias que de mi haya sufrido.
Traído
el almuerzo, nada le apeteció. Sólo de
cuando en cuando pedía sangría. Como a
las once y media, tomando una esclavina que usaba, le dijo al Capitán:
-No
tengo un grande uniforme que ponerme para morir como Ney, pero me basta esta
esclavina –y poniéndosela, preguntó: ¿Qué le parece, Capitán?
-Déjese
de eso por Dios, General. Piense sólo en
su alma.
-Dice
usted bien Conde, que venga el Provisor porque ese viejo me parece ser hombre
de los más racionales de su oficio.
Vino
pronto el Prelado, lo confesó y se retiró meditando con la mano derecha en el
pecho. Piar, entonces, le encargó al
Capitán le avisase cuando fuese la hora y éste a las cinco, le dijo:
-Es la
hora, General!
Sin
decir palabra, el General tomó el Crucifijo, se hincó, rezó y lo besó. El Provisor que no se había ido lo acompañó
hasta la puerta de la calle donde volvió a hincarse, oró de nuevo, entregó el
Crucifijo y marchando sereno hacia la muerte pronunció su última frase:
-¿Con
que no me permiten mandar la escolta?
Llegado al lugar indicado, al pie de la
bandera del Batallón de Honor, oyó de nuevo la sentencia, pero esta vez con
aire despreciativo, hundida de costumbre la mano en el bolsillo, moviendo el
pie derecho y girando su mirada sobre el paisaje humano.
El
Capitán Conde trataba de colocarle una venda que arrebataba y lanzaba al
suelo. A la tercera vez, el General
Manuel Piar no insistió sino que abrió su esclavina y el pelotón de fusileros
pudo disparar directo al pecho descubierto.
En la plaza de
Angostura, a 16 de octubre de 1917.-7º.-Yo el infrascrito Secretario, doy fe
que en virtud de la sentencia de ser pasado por las armas, dada por el Consejo
de Guerra, S. E. el Gral. Manuel Piar, y aprobada por S. E. el Jefe Supremo, se
le condujo en buena custodia dicho día a la plaza de esta ciudad, en donde se
hallaba el señor general Carlos Soublette, Juez Fiscal, de este proceso, y
estaban formadas las tropas para la ejecución de la sentencia, y habiéndose
publicado el bando por el señor Juez Fiscal, según previenen las ordenanzas,
puesto el reo de rodillas delante de la bandera y leídosele por mí la sentencia
en alta voz, se pasó por las armas a dicho señor General Manuel Piar, en
cumplimiento de ella, a las 5 de la tarde del referido día; delante de cuyo
cadáver desfilaron en columna las tropas que se hallaban presentes, y llevaron
luego a enterrar al cementerio de esta ciudad donde queda enterrado; y para que
conste por diligencia lo firmó dicho señor con el presente Secretario .---
Carlos Soublette.—Ante mí, J. Ignacio Pulido, Secretario.
Allí en
la Plaza Mayor de Angostura sobre la tierra húmeda y musgosa de la tarde quedó
tendido con todas sus cualidades y defectos el Héroe de Chirica, tal como lo
describió después su oficial de guardia:
de regular estatura, ojos azules, barbilampiño, tez rosada, imaginación e ingenio vivos. Valiente y emprendedor, poco aplicado a la
disciplina militar. Fuerte en sus
opiniones, en las que siempre quería prevalecer. Los trasportes de su genio le hacían frecuentemente
reprender con acrimonia, pero fácil luego en apaciguarse, llegando a veces
hasta pedir perdón al subalterno a quien creyó ofender. Sincero, afable y
cortés en sus modales. Solía
entretenerse con algunas obras de historia.
Era afortunado a la par que valiente y sólo una vez fue derrotado.
El “cementerio de esta ciudad” a que se refiere
el acta de ejecución, era un sitio que más que cementerio propiamente
concebido, parecía un corral cercado con “cardones de España”, muy verdes y
prolijamente enrevesados. Por eso el
pueblo lo llamaba “Cementerio del cardonal”.
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