Fernando Galindo presenta ante los miembros del Consejo de Guerra un
documento contentivo de la defensa de S. E. señor General en Jefe del Ejército
Manuel Piar, acusado de los crímenes de insubordinado a la Autoridad Suprema,
de conspirador contra el orden y la tranquilidad pública y últimamente de
desertor.
En la
misma audiencia del 15 de octubre donde el Fiscal propuso sus cargos, el
Teniente coronel Fernando Galindo presentó ante los miembros del Consejo de
Guerra el siguiente documento en descargo de las acusaciones hechas contra su
compañero de armas, S. E.
el señor General Manuel Piar:
Excelentísimo
señor Presidente y señores Vocales del Consejo
Fernando Galindo, de la Orden de
Liberadores, Tenientes Coronel de Ejército y Ayudante del Estado Mayor general,
nombrado defensor por S. E. el General el Jefe de Ejército Manuel Piar, acusado
de los crímenes de insubordinado a la Autoridad Suprema, de conspirador contra
el orden y tranquilidad pública, de sedicioso y últimamente de desertor, tiene
el honor de exponer a favor de su cliente, lo que sigue:
Señores:
El más solemne y delicado empeño en que jamás se ha encontrado la República de
Venezuela, es el que hoy se presenta a nuestros ojos. Un hijo primogénito de la
victoria, el terror de los españoles, una de las más sólidas columnas de
nuestra Patria, el General Piar, en fin, aparece ante este respetable Consejo
como el más criminal y detestable de nosotros. Es el acusado de delitos que
hacen estremecer al más pacífico; él es considerado como el más infame de los
que componen el Estado; y él es hasta ahora el blanco infeliz donde se dirigen
los tiros de sus cohermanos. La naturaleza, la justicia, la razón, la gratitud,
las leyes y el honor mismo de la Nación, inspiran un debido respeto, una tierna
compasión y sentimientos generosos por un ilustre desgraciado; y forzoso es que
sea examinada su causa con todo el pulso y acierto que exigen la rectitud y la
prudencia. La suerte de los mortales es demasiado importante; y una condenación
violenta e injusta es el crimen más horrendo contra la sociedad. Presentaré,
pues, mis razones en su obsequio, de buena fe y con candor, y V. E. se servirá
oírlas con el juicio e imparcialidad que preside a los decretos de la
Sabiduría.
Más
fácil es concebir el exterminio total del país que poderse figurar la
insubordinación del General Piar. Comencemos por establecer las diferencia que
hay entre insubordinación y temor. Aquélla es un acto escandaloso de
desobedecimiento y de resolución: este es un miedo mezclado de confianza y de
respeto mismo a la Autoridad, que impele a cometer errores involuntarios, en lo
que obra más el carácter personal del individuo, que sus principios o sistema.
Tal es el estado en que desgraciadamente se encontraba aquél cuando recibió la
intimación del General Bermúdez, comunicada por su edecán Machado, para marchar
a presentarse al Supremo Jefe al Cuartel General de Casacoima. Rodeando por
muchas partes de enemigos particulares, advertido de que se le perseguía por los
mismos que más le habían apreciado; asestado por émulos o enemigos secretos;
instruido falsamente por amigos suyos,
residentes en el Cuartel General, que se proyectaba su sacrificio; y dotado de
un carácter desconfiado, al mismo tiempo que violento y tímido, se creyó
perdido, y se vio fuera de sí, cuando se le ordenó su ida a Cascoima. ¿Es,
pues, de extrañar que en tan empeñado lance, él que no tiene una gran serenidad
de animo, no busque un asilo entre sus mismos hermanos, entre los mismos
defensores de este suelo venezolano, ausentándose por algunos días de escaparse
de la cólera de la autoridad, haciendo tal vez después sacrificios importantes
para acreditar su obediencia y su afección?. ¿Quién osará censurar de
insubordinado al Supremo Jefe en el curso de su vida anterior?. ¿No es esta una
serie de acciones fieles y una continuación de acontecimientos los más leales
que acreditan una subordinación ejemplar al primer Jefe de la Nación?.
Cuando
los vencedores del Alacrán se hallaban en una lamentable orfandad por la
sensible separación de su caro Jefe Supremo; cuando el triunfador de Morales
estaba más protegido de la fortuna y más amado de sus súbditos; y cuando todo
parecía someterse a la fuerza de su espada, de su dicha y de su opinión, no se
le veía mover los labios sino para proferir las voces de amor, veneración y
fidelidad al Supremo Jefe Simón Bolívar. El logró inspirar este sentimiento
universal en su ejército; y más era el dolor que le causaba el que este
inmortal Jefe no hubiese sido el héroe del Juncal, que la gloria que podía
tener de haber ganado la batalla. Sus primeras medidas fueron mandarlo buscar
con el señor Intendente Zea; no ahorrar ningún trabajo; no excusar ningún medio
para conseguirlo; salvar inconvenientes para procurarlo; y hacer surcar los
mares para encontrarlo y declarar públicamente que la República no podía
existir sin que viniese.
En
todo el resto de su campaña, en los llanos y poblaciones de Barcelona, sobre
las márgenes del caudaloso Orinoco, frente a las baterías de esta ciudad; en
las abundantes misiones del Caroni y en los victoriosos campos de San Félix,
siempre este valeroso y feliz General ha sido el más firme y decidido apoyo de
la autoridad. Hablen por él sus proclamas y los papeles públicos, los actos
anteriores y las declaraciones terminantes que a la faz de Jefes ilustres ha
pronunciado y manifestado con calor de Gobierno. Podría extenderme a favor de
mi cliente; pero la notoriedad de su conducta pasada, nadie mejor puede
justificarla que los mismos Jefes que ahora deponen contra él. Con franqueza
declaro que es para mí un enigma inconcebible que un hombre pueda ser fiel y
traidor a la vez, subordinado e inobediente, pacífico y conspirador, sumiso a
la autoridad constituida y sedicioso. Este es el contraste que se observa de la
causa seguida contra el benemérito General Piar.
¿Cómo
es que puede ser conspirador el que más ha contribuido a sostener al Jefe que
hoy por fortuna nuestra nos rige? ¿Cómo será insubordinado un General que ha
sido el modelo de la obediencia y del respeto al Gobierno? ¿Quién fue sino mi
defendido el que en la ausencia de la autoridad suprema se rehusó vigorosamente
y despreció con una dignidad heroica las sugestiones y las lisonjeras promesas
que le brindaba el General Mariño? ¿Cuándo estaba más convidado que entonces a
dividir con otro el poder, y dominar a su antojo en Venezuela? ¿A quién de
entre nosotros son desconocidos los incentivos con que se le halagaba? ¿Quién
ignora el heroísmo incomparable, el ejemplo sublime de constancia y la invencible
firmeza con que desde entonces se decidió contra Mariño? Sus victorias, las
circunstancias y los acontecimientos del Jefe Supremo, todo le favorecía, y aún
parece que le colocaba en un gran teatro donde se pudiese desplegar a su
arbitrio los crímenes de que se le acusan, dando al mundo todo un ejemplo de
ellos, cohonestado con el favor de la fortuna.
Hay
hechos incontestables que están a favor del General Manuel Piar y tan positivos
que ninguno los podrá dudar. Las mismas gacetas de los españoles en Caracas son
documentos irrefragables que tiene él en su abono. Allí se ven consignados los
actos más irrevocables de subordinación, de fidelidad y de adhesión al Jefe del
Estado. Allí se ven estampadas las órdenes más terminantes que hizo circular a
todos los que mandaban divisiones para que no obedecieran a Mariño como un
General disidente, que desconocía la más legítima autoridad de Venezuela. Allí
se ve el fuego y la vehemencia con que el General Piar se entusiasma e inflama
a favor del Jefe Supremo; y allí se ven los ejemplos más admirables de
consecuencia, respeto y amor al Gobierno que tenemos. Sus contestaciones con el
General Arismendi comprueban también esta verdad; y su correspondencia con los
Generales Zaraza, Freites y Rojas, solamente, es suficiente para exculparlo de
cualquiera falta.
Si
consideramos su conducta en la más atrevida de las empresas militares de la
Costa Firme—la de la salvación de esta Provincia—creo que ningún mortal podrá
tildarse en lo mínimo, y que ni aún soñando le ha faltado a la autoridad. Un
solo sentimiento era el que constantemente le agitaba—la ausencia del Jefe
Supremo y la incertidumbre de su suerte. Ni se pasó un solo día sin que hiciese
recuerdos sensibles, y sin que con las lágrimas por parte y el furor por la
otra no se exaltase contra los que creía autores de su adversidad.
“Un
solo voto”, decía frecuentemente, “un solo voto no más debe haber en Venezuela.
Bolívar, Bolívar es el salvador de este país, y yo no me tranquilizaré hasta no
verle y hasta no acabar de exterminar el último de sus enemigos. A él sólo
obedeceré, y me sacrificaré donde me mande con la última obediencia y voluntad.
Mientras me quede un soldado, con él sólo haré la guerra al mundo entero por
sostener su autoridad”. Apelo para testificar esta verdad a algunos miembros de
los que componen este respetable Consejo y a los mismos Coroneles que declaran
contra él, Hernández, Sánchez y Olivares.
Recordaré
yo estos señores la Junta de guerra celebrada en el Pueblito, y querría me
contestasen si jamás han presenciado una escena en que la fidelidad, la
subordinación, el decoro y el afecto al Gobierno se hayan mostrado más
patentemente, que los que hizo en aquel día el Gral. Piar. Así es que vuelvo a
repetir a V. E. que más fácil me es el concebir la disolución de la República,
que persuadirme de los crímenes que se acusan al General. Sólo me extiendo a
creer que la vehemencia de sus pasiones, la impetuosidad de su carácter, la
indiscreción de algunos individuos, el sentimiento de creerse ofendido y despreciado,
el mismo amor y una especie de celo porque creía que el Supremo Jefe no lo
distinguía según quería y merecía; he aquí lo que le habrá hecho expresarse de
un modo que ni se acuerda, ni sabe lo que le ha dicho. En una fibra tan
irritable como la suya, y en un hombre que desgraciadamente se trasporta y
enfurece hasta el término de perder el juicio, no es de admirar nada de esto.
Deploremos su carácter, culpemos más bien a la naturaleza, y no a la
inteligencia del infeliz General Piar.
¿Puede
ser conspirador el que deja el mando de la primera y más brillante división que
nunca ha tenido Venezuela, para retirarse a la triste población de Upata?
¿Pensaría en la destrucción del Gobierno el que dejó las fuerzas de las manos,
prefiriendo su tranquilidad y la vida privada? ¿Por qué se separó de aquellos
que estaban habituados a obedecerle ciegamente, y que lo adoraban y temían? Tan
difícil e incomprensible es esto como si se quisiese hacer creer que el que
premedita un asesinato comienza por desprenderse de sus armas; o el que quiere
ganarse la voz popular se esconde en el último rincón de la tierra.
Si
los hombres se considerasen siempre en las mismas circunstancias que un
acusado, ¡de qué distinta manera se representarían sus delitos! La conciencia
de su inocencia no la puede tener sino el que padece, y los que juzgan u oyen
siempre abultan o se preocupan. Los falsos rumores todo lo exageran, y muchas
veces acontece que a un inocente se empeña el mundo injusto en hacerlo
criminal. Hay mucho de esto en la causa de mi defendido. Si con serenidad y
sangre fría investigamos el origen del delito no encontraremos sino
resentimientos de amistad, expresiones de ninguna importancia vertidas con
enardecimiento e indiscreción, quejas privadas con sus amigos para desahogar su
interior, raptos, en fin, de aquellos que todos sabemos padece el General Piar.
Calumniado atrozmente por sus perseguidores, hasta el extremo de asegurar que
había robado ochenta mil pesos, en alto grado adolorido, ulcerado su corazón de
una manera inexplicable, y cansado de recibir avisos de que se intentaba
matarlo, este Jefe hoy tan desdichado, todo se desconcertó, habló sin saber lo
que decía como un frenético o loco, cargó de imprecaciones a sus enemigos,
vomitó quejas terribles, y gritó furiosamente contra los que sospechaban le
querían perder; pero sin depravada intención y sin proyectos tan criminales
como los que se le atribuyen.
¿Dónde
están esos planes de conspiración? ¿Dónde el número de los conspiradores?
¿Dónde las proclamas para excitar al tumulto y a la sedición? ¿Dónde los
ejecutores de esta enorme empresa? ¿Dónde los soldados a quienes habló para la
comisión del atentado? ¿Dónde, por último, los preparativos para una tan
colosal y destinada maquinación? Regístrense como se han registrado ya sus
cofres y todo su archivo. Ni el más pequeño papel se encontrará que condene al
General Piar, ni que siquiera dé indicio de los delitos que se le atribuyen. No
se verán, por el contrario, sino las instrucciones y positivas órdenes que dejó
al General Freites, al partir a la reconquista de esta Provincia, para que no
obedeciese a otra autoridad que la suprema, depositada en el General Simón
Bolívar. No se hallarán sino proclamas y documentos auténticos y sinceros que
no respiran más que orden, subordinación y respeto al Gobierno.
Recuerden
los Generales de la República el discurso que el intrépido Piar hizo a la Junta
de aquellos, convocada por S. E. el Supremo Jefe frente a esta plaza; en la que
a pesar de no ser, de sentir que está fuese atacada, por las infructuosas
tentativas que se habían hecho, hizo una pública declaración al primer Jefe,
asegurándose de su obediencia y prometiéndole sagradamente, que nada temiese de
su ejército, donde ninguno osaría vacilar, ni contradecir. En qué mejor ocasión
pudo ser sedicioso, conspirador e insubordinado, que cuando Barcelona estaba
por los enemigos, y los Generales en choque, el ejército casi disuelto por la
escandalosa conducta de Mariño, y él más victorioso que nunca por la gran
batalla de San Félix? Mas sus procedimientos en aquellas circunstancias son
inimitables y le harán eternamente un honor que no de le podrá robar. El fue el
paño de lágrimas y el constante consuelo de los miserables que pasaron el
Orinoco.
Declare
el Teniente Coronel Olivares cuál fue el objeto de su misión a Barcelona:
tribute los homenajes debidos a la verdad y no prive a la inocencia de una
manifestación que le puede favorecer. Fue enviado para poner el ejército a las
órdenes del Supremo Jefe, asegurándole de la más acrisolada obediencia y del
último respeto a su persona. Nadie ha estado más satisfecho de los buenos
procederes de Piar que el mismo General Bolívar. Cuántas veces en
conversaciones públicas y privadas le hemos visto confirmar esta verdad: cuán
honoríficos para aquel y tiernos recíprocamente no son los oficios de su
correspondencia, y cuántas ocasiones hemos visto al Primer Magistrado de la
República entusiasmarse con ternura al contemplar la fidelidad y las proezas de
Piar!
Pero,
señores, donde la maledicencia parece que más se ha complacido en difamar a
nuestro triste acusado, es en el documento número 6, en que el Crnl. Sánchez
dice al Supremo Jefe que el Gral. Piar había hablado a todos los Comandantes de
Caballería y a muchos oficiales subalternos, que no dejaron de ser sensibles a
sus insinuaciones. Ni es cierto que este Jefe haya hablado a todos los
Comandantes ni ninguna declaración lo justifica; ni al Sr. Sánchez le consta;
ni menos puede comprobarlo. ¿Y cómo es que también envuelve en su fiera y
maliciosa acusación a los inocentes jefes y oficiales de la caballería,
representándolos como sensibles al crimen y a las sugestiones de Piar? ¿Cómo es
que en el primer documento se atreve a llamar serpiente y monstruo de la
República al que más ha contribuido a regenerarla, al libertador del Oriente,
al héroe de Maturín, al afortunado de los Corocillos, al espanto de los
españoles en Cumanacoa, al que con su nombre y su audacia sola fue triunfador
en El Juncal, al que pulverizó en San Félix las huestes arrogantes de Morillo,
y al que nunca ha sido vencido entre los Generales de Venezuela? Tan sabida es
la enemistad inconciliable que Sánchez profesa al ser defendiendo, como que el
acontecimiento del pueblito de la Pastora es a todos conocido, Sánchez desde
allí juró ser el perseguidor de Piar; y parece que los acontecimientos, la
revolución, su saña y su sagacidad le han procurado el triunfo en esta lid. El
coronel Francisco Sánchez emprendió allí el repase de nuestro ejército a
Barcelona; y si la firme resolución del General Piar y de otros jefes justos y
constantes, no poseeríamos tranquilidad hoy a Guayana. Sánchez fue despedido,
como es notorio, del ejército del General Piar, y desde entonces le juró
venganza. El que conoce la ninguna elocuencia ni la facilidad que éste posee,
al ver la carta de aquél no puede menos que espantarse, porque es tan impropia
la arenga de Piar, como exagerada es la acusación de Sánchez.
O
el General Manuel Piar es el más loco de los hombres, o él no ha intentado tal
conspiración. O él perdió el juicio en aquellos días, o no hizo más que
prorrumpir indiscretamente contra los que se imaginaba le querían sacrificar.
Nada apoya más esta razón que la pretendida indignación contra los mantuanos,
que es el fundamento y origen de toda esta causa. Esta es una clase de hombres
que desde el 19 de abril se extinguió junto con la tiranía, y a nadie todavía
en Venezuela le ha ocurrido un pretexto semejante para revolucionar. El menos
que ninguno otro, podía apelar a un tan diabólico y detestable medio: él cuyos
principios han sido siempre opuestos al desorden y a la anarquía, y que
constantemente ha dado pruebas irrefragables de ello.
Si mi
defendido encerraba en su seno unos planes tan alevosos y homicidas. ¿Por qué
se desprendió de su valiente escuadrón todo compuesto de hombres que le
idolatraban tanto, y todo de gente de color? ¿Por qué no se opuso a entregarlo?
¿Por qué no los invitó a esta horrorosa ejecución, ni les dijo lo que a los
testigos que tiene en contra? ¡Por qué no se fue a tomar el mando de su
división? ¿Por qué no le escribió a sus oficiales amigos? ¿Por qué no convidó
al proyecto a sus predilectos Generales Anzoátegui y Torres? ¿Cómo no declaró
sus ideas a su confidente, a su amigo y a su querido Secretario Briceño? ¿Cómo
no comprometió, ni se valió de su edecán, el guapo Comandante Mina? ¿Es tan
necio mi cliente que para una empresa superior a las de los Catilinas,
Deslines, Robespierres, ocurriese a la sencillez y bondad del Coronel
Hernández, al ningún genio revolucionario del Teniente Coronel Olivares, y al
más diestro, y al más culto, y al más terrible de sus enemigos, al Coronel
Francisco Sánchez? Esta no es, no ha sido ni puede ser jamás la conducta de un
conspirador; puede ser sí la de un furioso resentido, con quien es preciso que
haya indulgencia, y a quien se debe reputar por loco cuando se trasporta e
irrita.
¿Y
qué diremos al ver a este mismo Jefe llegar a la ciudad de Maturín, y en la
sala del General Rojas decir: “Todas las clases diversas del Estado deben
ligarse estrechamente, y no formar más que una gran familia que haga la guerra
a los españoles. Olvídense resentimientos pueriles y seamos todos hermanos,
todos libres, todos republicanos”? ¿Qué me contestarán sus adversarios cuando
les diga que el primer paso que dio Piar al hacerse cargo del mando del
ejército del General Mariño, fue establecer una Comisión militar; contener los
excesos de la tropa; castigar los crímenes de los delincuentes, cortar todo
abuso; aterrar a los sediciosos y hacer juzgar y castigar al Capitán León
Prado, el más implacable de los enemigos del Jefe Supremo; que es pardo; que
tenía estas dos recomendaciones y de quien tanto se podía valer para obtener
sus fines? Si en tan corto tiempo logró mi defendido formar una brillante y
brava división compuesta de más de quinientos hombres de ciento y pico que sólo
le dejó Mariño, ¿por qué no marchó sobre Maturín? ¿Por qué no proclamó sobre
este apoyo los principios de conspiración? y ¿por qué no siguió al instante
sobre esta Provincia donde dicen que tenía o contaba con algún partido? Le
vemos, por el contrario, no contraerse sino a Cumaná, e ignoramos que allí haya
declamado o conspirado contra la autoridad.
El acto de acogerse al General Mariño, de quien
siempre ha sido enemigo, prueba bien claramente, que su espíritu no estaba
todavía muy tranquilo, ni su juicio muy en su lugar, para refugiarse casa del
que más le ha odiado siempre. Piar sencillamente declara que su objeto era irse
a las Colonias a gozar de alguna tranquilidad; lo que es bastante verosímil
porque este su antiguo deseo, y por esto fue que exigió el permiso temporal que
se le acordó. Tan moderada y diversa ha sido su conducta posterior en la
Provincia de Cumaná, como que el mismo General Rojas, que antes había negado
los auxilios que le pidió el General Mariño como Jefe que desconocía la suprema
autoridad, le envió a Piar voluntariamente pertrechos para el ejército que
estaba mandando; ¿ Y cómo se los habría remitido si su conducta no hubiese sido
opuesta a lo que se quiere asegurar contra él? Si el General Piar hubiese
desconocido al Supremo Jefe; si hubiese predicado el asesinato; convidado a la
anarquía y autorizado la rebelión, ¿es creíble que el General Rojas le hubiese
mandado pólvora para hacer la guerra a sus hermanos e incendiar a Venezuela?
Yo
voy a persuadir a V. E. señor Presidente, y a U. S., señores Vocales, de que
hay mucho estudio y demasiada animosidad en algunas declaraciones dadas contra
el General acusado. Obsérvese atentamente la deposición del Teniente Coronel
Olivares, y se verá como no contento con atacar tan duramente a Piar adelanta
el que le aseguró que contaba con todas las tropas; y que si quería convencerse
más de cuanto le decía, le escribiera al General Anzoátegui, y por su
contestación vería si tenía fundamento para hablar con esta seguridad. ¿Puede caber esta idea en el más
desconcertado cerebro? Escribir al General Anzoátegui sobre semejante materia;
contar con él para un tal proyecto; empañar en igual conspiración a un Jefe tan
enemigo del desorden y de la insurrección; comunicar este plan y contar para
realizarlo con uno de los que por la naturaleza misma de la empresa debía ser
comprendido en la proscripción. Al General de la GUARDIA DE HONOR del Gobierno,
y al que por todos motivos debía estar más en contradicción con el asesinato de
los blancos, y a uno de los Jefes de más confianza de la autoridad, ¿podría dirigirse Piar como
instrumento de este horror? Esto no se puede creer ni aún en delirio, y es más
ridículo que cierto. No menos lo es el cargo de que se sacrificarían por sus
designios; si podía emprender cualquier trama satisfecho en su influjo y su
autoridad, ¿cómo ha sido tan ignorante y sencillo para venirse solo y
desprevenido al Juncal, y no fue al Cuartel General a disponer de las fuerzas y
verificar sus intentos? ¿Por qué, si estaba seguro de que el Gral. Anzoátegui y
los cuerpos obedecerían sus mandatos, se separa de las Misiones, se desprende
de su valiente escuadrón y se viene solo a hablar para la conspiración a
algunos de sus enemigos? En todo esto debe haber un gran misterio que yo no
puedo penetrar.
¿Quién
dudará que la falta del árbol genealógico que se dice haber sido encontrado en
sus papeles, y en el que se le hace descender de los príncipes de Portugal, es
una invención forjada por sus enemigos? ¿Todo esto no prueba suficientemente
que tiene muchos, secretos y poderosos? Sería ensordecerse a los clamores de la
Justicia no conocer lo que digo.
Yo
creo que es tiempo, Excmo. Señor, de que yo termine mi defensa. Quisiera
extenderme más a favor del acusado, pero me parece haber dicho cuanto puedo;
que la sabiduría y prudencia de los dignos miembros de este tan augusto Consejo
conocerán mejor que el defensor las razones que éste no haya podido alegar, y
que más amparen al defendido. El y yo nos tranquilizamos al ver que va a ser
juzgado por un Tribunal de Jefes rectos que no serán insensibles a sus grandes
y continuados servicios, a su mérito, a sus padecimientos y a los laureles que
ha recogido en tantos gloriosos campos, cuya ilustre memoria no se puede
recordar sin interesar la compasión. Contemple V. E. y U. SS., señores
Ministros del Consejo, que éste es el mismo General Piar que tantas veces ha
dado la vida a la República, que ha roto las cadenas de tantos venezolanos y
que ha libertado Provincias; que su espada es más temible a los españoles que
lo que es la de Napoleón; y que a su presencia han temblado todos los tiranos
de Venezuela; que sus trabajos y persecuciones serán un triunfo para nuestros
verdugos, y los complacerán más que diez batallas; que la República parece que
debe ser generosa con uno de sus ínclitos hijos, pues la clemencia bien
aplicada es el mayor bien del universo; que se considere su decaída salud, su
delicada naturaleza, sus sufrimientos, su edad, el oprobio que ha padecido, su
conocido arrepentimiento y las aflicciones que ahogan su alma; que se le
dispense a su calor; que no se sea tan fiero con un libertador de Venezuela, y
que se recuerde que se creyó dañado y se desahogó con sus quejas, pero sin la
intención de hacer mal. Cuartel General
de Angostura, octubre 15 de 1817.
Excmo. Señor.
F. Galindo.
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