martes, 4 de junio de 2013

CAPITULO XXIII / Defensa de Piar


Fernando Galindo presenta ante los miembros del Consejo de Guerra un documento contentivo de la defensa de S. E. señor General en Jefe del Ejército Manuel Piar, acusado de los crímenes de insubordinado a la Autoridad Suprema, de conspirador contra el orden y la tranquilidad pública y últimamente de desertor.

            En la misma audiencia del 15 de octubre donde el Fiscal propuso sus cargos, el Teniente coronel Fernando Galindo presentó ante los miembros del Consejo de Guerra el siguiente documento en descargo de las acusaciones hechas contra su compañero de armas, S. E. el señor General Manuel Piar:

            Excelentísimo señor Presidente y señores Vocales del Consejo

Fernando Galindo, de la Orden de Liberadores, Tenientes Coronel de Ejército y Ayudante del Estado Mayor general, nombrado defensor por S. E. el General el Jefe de Ejército Manuel Piar, acusado de los crímenes de insubordinado a la Autoridad Suprema, de conspirador contra el orden y tranquilidad pública, de sedicioso y últimamente de desertor, tiene el honor de exponer a favor de su cliente, lo que sigue:

            Señores: El más solemne y delicado empeño en que jamás se ha encontrado la República de Venezuela, es el que hoy se presenta a nuestros ojos. Un hijo primogénito de la victoria, el terror de los españoles, una de las más sólidas columnas de nuestra Patria, el General Piar, en fin, aparece ante este respetable Consejo como el más criminal y detestable de nosotros. Es el acusado de delitos que hacen estremecer al más pacífico; él es considerado como el más infame de los que componen el Estado; y él es hasta ahora el blanco infeliz donde se dirigen los tiros de sus cohermanos. La naturaleza, la justicia, la razón, la gratitud, las leyes y el honor mismo de la Nación, inspiran un debido respeto, una tierna compasión y sentimientos generosos por un ilustre desgraciado; y forzoso es que sea examinada su causa con todo el pulso y acierto que exigen la rectitud y la prudencia. La suerte de los mortales es demasiado importante; y una condenación violenta e injusta es el crimen más horrendo contra la sociedad. Presentaré, pues, mis razones en su obsequio, de buena fe y con candor, y V. E. se servirá oírlas con el juicio e imparcialidad que preside a los decretos de la Sabiduría.
            Más fácil es concebir el exterminio total del país que poderse figurar la insubordinación del General Piar. Comencemos por establecer las diferencia que hay entre insubordinación y temor. Aquélla es un acto escandaloso de desobedecimiento y de resolución: este es un miedo mezclado de confianza y de respeto mismo a la Autoridad, que impele a cometer errores involuntarios, en lo que obra más el carácter personal del individuo, que sus principios o sistema. Tal es el estado en que desgraciadamente se encontraba aquél cuando recibió la intimación del General Bermúdez, comunicada por su edecán Machado, para marchar a presentarse al Supremo Jefe al Cuartel General de Casacoima. Rodeando por muchas partes de enemigos particulares, advertido de que se le perseguía por los mismos que más le habían apreciado; asestado por émulos o enemigos secretos; instruido falsamente por  amigos suyos, residentes en el Cuartel General, que se proyectaba su sacrificio; y dotado de un carácter desconfiado, al mismo tiempo que violento y tímido, se creyó perdido, y se vio fuera de sí, cuando se le ordenó su ida a Cascoima. ¿Es, pues, de extrañar que en tan empeñado lance, él que no tiene una gran serenidad de animo, no busque un asilo entre sus mismos hermanos, entre los mismos defensores de este suelo venezolano, ausentándose por algunos días de escaparse de la cólera de la autoridad, haciendo tal vez después sacrificios importantes para acreditar su obediencia y su afección?. ¿Quién osará censurar de insubordinado al Supremo Jefe en el curso de su vida anterior?. ¿No es esta una serie de acciones fieles y una continuación de acontecimientos los más leales que acreditan una subordinación ejemplar al primer Jefe de la Nación?.
            Cuando los vencedores del Alacrán se hallaban en una lamentable orfandad por la sensible separación de su caro Jefe Supremo; cuando el triunfador de Morales estaba más protegido de la fortuna y más amado de sus súbditos; y cuando todo parecía someterse a la fuerza de su espada, de su dicha y de su opinión, no se le veía mover los labios sino para proferir las voces de amor, veneración y fidelidad al Supremo Jefe Simón Bolívar. El logró inspirar este sentimiento universal en su ejército; y más era el dolor que le causaba el que este inmortal Jefe no hubiese sido el héroe del Juncal, que la gloria que podía tener de haber ganado la batalla. Sus primeras medidas fueron mandarlo buscar con el señor Intendente Zea; no ahorrar ningún trabajo; no excusar ningún medio para conseguirlo; salvar inconvenientes para procurarlo; y hacer surcar los mares para encontrarlo y declarar públicamente que la República no podía existir sin que viniese.
            En todo el resto de su campaña, en los llanos y poblaciones de Barcelona, sobre las márgenes del caudaloso Orinoco, frente a las baterías de esta ciudad; en las abundantes misiones del Caroni y en los victoriosos campos de San Félix, siempre este valeroso y feliz General ha sido el más firme y decidido apoyo de la autoridad. Hablen por él sus proclamas y los papeles públicos, los actos anteriores y las declaraciones terminantes que a la faz de Jefes ilustres ha pronunciado y manifestado con calor de Gobierno. Podría extenderme a favor de mi cliente; pero la notoriedad de su conducta pasada, nadie mejor puede justificarla que los mismos Jefes que ahora deponen contra él. Con franqueza declaro que es para mí un enigma inconcebible que un hombre pueda ser fiel y traidor a la vez, subordinado e inobediente, pacífico y conspirador, sumiso a la autoridad constituida y sedicioso. Este es el contraste que se observa de la causa seguida contra el benemérito General Piar.
            ¿Cómo es que puede ser conspirador el que más ha contribuido a sostener al Jefe que hoy por fortuna nuestra nos rige? ¿Cómo será insubordinado un General que ha sido el modelo de la obediencia y del respeto al Gobierno? ¿Quién fue sino mi defendido el que en la ausencia de la autoridad suprema se rehusó vigorosamente y despreció con una dignidad heroica las sugestiones y las lisonjeras promesas que le brindaba el General Mariño? ¿Cuándo estaba más convidado que entonces a dividir con otro el poder, y dominar a su antojo en Venezuela? ¿A quién de entre nosotros son desconocidos los incentivos con que se le halagaba? ¿Quién ignora el heroísmo incomparable, el ejemplo sublime de constancia y la invencible firmeza con que desde entonces se decidió contra Mariño? Sus victorias, las circunstancias y los acontecimientos del Jefe Supremo, todo le favorecía, y aún parece que le colocaba en un gran teatro donde se pudiese desplegar a su arbitrio los crímenes de que se le acusan, dando al mundo todo un ejemplo de ellos, cohonestado con el favor de la fortuna.
            Hay hechos incontestables que están a favor del General Manuel Piar y tan positivos que ninguno los podrá dudar. Las mismas gacetas de los españoles en Caracas son documentos irrefragables que tiene él en su abono. Allí se ven consignados los actos más irrevocables de subordinación, de fidelidad y de adhesión al Jefe del Estado. Allí se ven estampadas las órdenes más terminantes que hizo circular a todos los que mandaban divisiones para que no obedecieran a Mariño como un General disidente, que desconocía la más legítima autoridad de Venezuela. Allí se ve el fuego y la vehemencia con que el General Piar se entusiasma e inflama a favor del Jefe Supremo; y allí se ven los ejemplos más admirables de consecuencia, respeto y amor al Gobierno que tenemos. Sus contestaciones con el General Arismendi comprueban también esta verdad; y su correspondencia con los Generales Zaraza, Freites y Rojas, solamente, es suficiente para exculparlo de cualquiera falta.
            Si consideramos su conducta en la más atrevida de las empresas militares de la Costa Firme—la de la salvación de esta Provincia—creo que ningún mortal podrá tildarse en lo mínimo, y que ni aún soñando le ha faltado a la autoridad. Un solo sentimiento era el que constantemente le agitaba—la ausencia del Jefe Supremo y la incertidumbre de su suerte. Ni se pasó un solo día sin que hiciese recuerdos sensibles, y sin que con las lágrimas por parte y el furor por la otra no se exaltase contra los que creía autores de su adversidad.
            “Un solo voto”, decía frecuentemente, “un solo voto no más debe haber en Venezuela. Bolívar, Bolívar es el salvador de este país, y yo no me tranquilizaré hasta no verle y hasta no acabar de exterminar el último de sus enemigos. A él sólo obedeceré, y me sacrificaré donde me mande con la última obediencia y voluntad. Mientras me quede un soldado, con él sólo haré la guerra al mundo entero por sostener su autoridad”. Apelo para testificar esta verdad a algunos miembros de los que componen este respetable Consejo y a los mismos Coroneles que declaran contra él, Hernández, Sánchez y Olivares.
            Recordaré yo estos señores la Junta de guerra celebrada en el Pueblito, y querría me contestasen si jamás han presenciado una escena en que la fidelidad, la subordinación, el decoro y el afecto al Gobierno se hayan mostrado más patentemente, que los que hizo en aquel día el Gral. Piar. Así es que vuelvo a repetir a V. E. que más fácil me es el concebir la disolución de la República, que persuadirme de los crímenes que se acusan al General. Sólo me extiendo a creer que la vehemencia de sus pasiones, la impetuosidad de su carácter, la indiscreción de algunos individuos, el sentimiento de creerse ofendido y despreciado, el mismo amor y una especie de celo porque creía que el Supremo Jefe no lo distinguía según quería y merecía; he aquí lo que le habrá hecho expresarse de un modo que ni se acuerda, ni sabe lo que le ha dicho. En una fibra tan irritable como la suya, y en un hombre que desgraciadamente se trasporta y enfurece hasta el término de perder el juicio, no es de admirar nada de esto. Deploremos su carácter, culpemos más bien a la naturaleza, y no a la inteligencia del infeliz General Piar.
            ¿Puede ser conspirador el que deja el mando de la primera y más brillante división que nunca ha tenido Venezuela, para retirarse a la triste población de Upata? ¿Pensaría en la destrucción del Gobierno el que dejó las fuerzas de las manos, prefiriendo su tranquilidad y la vida privada? ¿Por qué se separó de aquellos que estaban habituados a obedecerle ciegamente, y que lo adoraban y temían? Tan difícil e incomprensible es esto como si se quisiese hacer creer que el que premedita un asesinato comienza por desprenderse de sus armas; o el que quiere ganarse la voz popular se esconde en el último rincón de la tierra.
            Si los hombres se considerasen siempre en las mismas circunstancias que un acusado, ¡de qué distinta manera se representarían sus delitos! La conciencia de su inocencia no la puede tener sino el que padece, y los que juzgan u oyen siempre abultan o se preocupan. Los falsos rumores todo lo exageran, y muchas veces acontece que a un inocente se empeña el mundo injusto en hacerlo criminal. Hay mucho de esto en la causa de mi defendido. Si con serenidad y sangre fría investigamos el origen del delito no encontraremos sino resentimientos de amistad, expresiones de ninguna importancia vertidas con enardecimiento e indiscreción, quejas privadas con sus amigos para desahogar su interior, raptos, en fin, de aquellos que todos sabemos padece el General Piar. Calumniado atrozmente por sus perseguidores, hasta el extremo de asegurar que había robado ochenta mil pesos, en alto grado adolorido, ulcerado su corazón de una manera inexplicable, y cansado de recibir avisos de que se intentaba matarlo, este Jefe hoy tan desdichado, todo se desconcertó, habló sin saber lo que decía como un frenético o loco, cargó de imprecaciones a sus enemigos, vomitó quejas terribles, y gritó furiosamente contra los que sospechaban le querían perder; pero sin depravada intención y sin proyectos tan criminales como los que se le atribuyen.
            ¿Dónde están esos planes de conspiración? ¿Dónde el número de los conspiradores? ¿Dónde las proclamas para excitar al tumulto y a la sedición? ¿Dónde los ejecutores de esta enorme empresa? ¿Dónde los soldados a quienes habló para la comisión del atentado? ¿Dónde, por último, los preparativos para una tan colosal y destinada maquinación? Regístrense como se han registrado ya sus cofres y todo su archivo. Ni el más pequeño papel se encontrará que condene al General Piar, ni que siquiera dé indicio de los delitos que se le atribuyen. No se verán, por el contrario, sino las instrucciones y positivas órdenes que dejó al General Freites, al partir a la reconquista de esta Provincia, para que no obedeciese a otra autoridad que la suprema, depositada en el General Simón Bolívar. No se hallarán sino proclamas y documentos auténticos y sinceros que no respiran más que orden, subordinación y respeto al Gobierno.
            Recuerden los Generales de la República el discurso que el intrépido Piar hizo a la Junta de aquellos, convocada por S. E. el Supremo Jefe frente a esta plaza; en la que a pesar de no ser, de sentir que está fuese atacada, por las infructuosas tentativas que se habían hecho, hizo una pública declaración al primer Jefe, asegurándose de su obediencia y prometiéndole sagradamente, que nada temiese de su ejército, donde ninguno osaría vacilar, ni contradecir. En qué mejor ocasión pudo ser sedicioso, conspirador e insubordinado, que cuando Barcelona estaba por los enemigos, y los Generales en choque, el ejército casi disuelto por la escandalosa conducta de Mariño, y él más victorioso que nunca por la gran batalla de San Félix? Mas sus procedimientos en aquellas circunstancias son inimitables y le harán eternamente un honor que no de le podrá robar. El fue el paño de lágrimas y el constante consuelo de los miserables que pasaron el Orinoco.
            Declare el Teniente Coronel Olivares cuál fue el objeto de su misión a Barcelona: tribute los homenajes debidos a la verdad y no prive a la inocencia de una manifestación que le puede favorecer. Fue enviado para poner el ejército a las órdenes del Supremo Jefe, asegurándole de la más acrisolada obediencia y del último respeto a su persona. Nadie ha estado más satisfecho de los buenos procederes de Piar que el mismo General Bolívar. Cuántas veces en conversaciones públicas y privadas le hemos visto confirmar esta verdad: cuán honoríficos para aquel y tiernos recíprocamente no son los oficios de su correspondencia, y cuántas ocasiones hemos visto al Primer Magistrado de la República entusiasmarse con ternura al contemplar la fidelidad y las proezas de Piar!
            Pero, señores, donde la maledicencia parece que más se ha complacido en difamar a nuestro triste acusado, es en el documento número 6, en que el Crnl. Sánchez dice al Supremo Jefe que el Gral. Piar había hablado a todos los Comandantes de Caballería y a muchos oficiales subalternos, que no dejaron de ser sensibles a sus insinuaciones. Ni es cierto que este Jefe haya hablado a todos los Comandantes ni ninguna declaración lo justifica; ni al Sr. Sánchez le consta; ni menos puede comprobarlo. ¿Y cómo es que también envuelve en su fiera y maliciosa acusación a los inocentes jefes y oficiales de la caballería, representándolos como sensibles al crimen y a las sugestiones de Piar? ¿Cómo es que en el primer documento se atreve a llamar serpiente y monstruo de la República al que más ha contribuido a regenerarla, al libertador del Oriente, al héroe de Maturín, al afortunado de los Corocillos, al espanto de los españoles en Cumanacoa, al que con su nombre y su audacia sola fue triunfador en El Juncal, al que pulverizó en San Félix las huestes arrogantes de Morillo, y al que nunca ha sido vencido entre los Generales de Venezuela? Tan sabida es la enemistad inconciliable que Sánchez profesa al ser defendiendo, como que el acontecimiento del pueblito de la Pastora es a todos conocido, Sánchez desde allí juró ser el perseguidor de Piar; y parece que los acontecimientos, la revolución, su saña y su sagacidad le han procurado el triunfo en esta lid. El coronel Francisco Sánchez emprendió allí el repase de nuestro ejército a Barcelona; y si la firme resolución del General Piar y de otros jefes justos y constantes, no poseeríamos tranquilidad hoy a Guayana. Sánchez fue despedido, como es notorio, del ejército del General Piar, y desde entonces le juró venganza. El que conoce la ninguna elocuencia ni la facilidad que éste posee, al ver la carta de aquél no puede menos que espantarse, porque es tan impropia la arenga de Piar, como exagerada es la acusación de Sánchez.
            O el General Manuel Piar es el más loco de los hombres, o él no ha intentado tal conspiración. O él perdió el juicio en aquellos días, o no hizo más que prorrumpir indiscretamente contra los que se imaginaba le querían sacrificar. Nada apoya más esta razón que la pretendida indignación contra los mantuanos, que es el fundamento y origen de toda esta causa. Esta es una clase de hombres que desde el 19 de abril se extinguió junto con la tiranía, y a nadie todavía en Venezuela le ha ocurrido un pretexto semejante para revolucionar. El menos que ninguno otro, podía apelar a un tan diabólico y detestable medio: él cuyos principios han sido siempre opuestos al desorden y a la anarquía, y que constantemente ha dado pruebas irrefragables de ello.
            Si mi defendido encerraba en su seno unos planes tan alevosos y homicidas. ¿Por qué se desprendió de su valiente escuadrón todo compuesto de hombres que le idolatraban tanto, y todo de gente de color? ¿Por qué no se opuso a entregarlo? ¿Por qué no los invitó a esta horrorosa ejecución, ni les dijo lo que a los testigos que tiene en contra? ¡Por qué no se fue a tomar el mando de su división? ¿Por qué no le escribió a sus oficiales amigos? ¿Por qué no convidó al proyecto a sus predilectos Generales Anzoátegui y Torres? ¿Cómo no declaró sus ideas a su confidente, a su amigo y a su querido Secretario Briceño? ¿Cómo no comprometió, ni se valió de su edecán, el guapo Comandante Mina? ¿Es tan necio mi cliente que para una empresa superior a las de los Catilinas, Deslines, Robespierres, ocurriese a la sencillez y bondad del Coronel Hernández, al ningún genio revolucionario del Teniente Coronel Olivares, y al más diestro, y al más culto, y al más terrible de sus enemigos, al Coronel Francisco Sánchez? Esta no es, no ha sido ni puede ser jamás la conducta de un conspirador; puede ser sí la de un furioso resentido, con quien es preciso que haya indulgencia, y a quien se debe reputar por loco cuando se trasporta e irrita.
            ¿Y qué diremos al ver a este mismo Jefe llegar a la ciudad de Maturín, y en la sala del General Rojas decir: “Todas las clases diversas del Estado deben ligarse estrechamente, y no formar más que una gran familia que haga la guerra a los españoles. Olvídense resentimientos pueriles y seamos todos hermanos, todos libres, todos republicanos”? ¿Qué me contestarán sus adversarios cuando les diga que el primer paso que dio Piar al hacerse cargo del mando del ejército del General Mariño, fue establecer una Comisión militar; contener los excesos de la tropa; castigar los crímenes de los delincuentes, cortar todo abuso; aterrar a los sediciosos y hacer juzgar y castigar al Capitán León Prado, el más implacable de los enemigos del Jefe Supremo; que es pardo; que tenía estas dos recomendaciones y de quien tanto se podía valer para obtener sus fines? Si en tan corto tiempo logró mi defendido formar una brillante y brava división compuesta de más de quinientos hombres de ciento y pico que sólo le dejó Mariño, ¿por qué no marchó sobre Maturín? ¿Por qué no proclamó sobre este apoyo los principios de conspiración? y ¿por qué no siguió al instante sobre esta Provincia donde dicen que tenía o contaba con algún partido? Le vemos, por el contrario, no contraerse sino a Cumaná, e ignoramos que allí haya declamado o conspirado contra la autoridad.
            El  acto de acogerse al General Mariño, de quien siempre ha sido enemigo, prueba bien claramente, que su espíritu no estaba todavía muy tranquilo, ni su juicio muy en su lugar, para refugiarse casa del que más le ha odiado siempre. Piar sencillamente declara que su objeto era irse a las Colonias a gozar de alguna tranquilidad; lo que es bastante verosímil porque este su antiguo deseo, y por esto fue que exigió el permiso temporal que se le acordó. Tan moderada y diversa ha sido su conducta posterior en la Provincia de Cumaná, como que el mismo General Rojas, que antes había negado los auxilios que le pidió el General Mariño como Jefe que desconocía la suprema autoridad, le envió a Piar voluntariamente pertrechos para el ejército que estaba mandando; ¿ Y cómo se los habría remitido si su conducta no hubiese sido opuesta a lo que se quiere asegurar contra él? Si el General Piar hubiese desconocido al Supremo Jefe; si hubiese predicado el asesinato; convidado a la anarquía y autorizado la rebelión, ¿es creíble que el General Rojas le hubiese mandado pólvora para hacer la guerra a sus hermanos e incendiar a Venezuela?
            Yo voy a persuadir a V. E. señor Presidente, y a U. S., señores Vocales, de que hay mucho estudio y demasiada animosidad en algunas declaraciones dadas contra el General acusado. Obsérvese atentamente la deposición del Teniente Coronel Olivares, y se verá como no contento con atacar tan duramente a Piar adelanta el que le aseguró que contaba con todas las tropas; y que si quería convencerse más de cuanto le decía, le escribiera al General Anzoátegui, y por su contestación vería si tenía fundamento para hablar con esta seguridad.  ¿Puede caber esta idea en el más desconcertado cerebro? Escribir al General Anzoátegui sobre semejante materia; contar con él para un tal proyecto; empañar en igual conspiración a un Jefe tan enemigo del desorden y de la insurrección; comunicar este plan y contar para realizarlo con uno de los que por la naturaleza misma de la empresa debía ser comprendido en la proscripción. Al General de la GUARDIA DE HONOR del Gobierno, y al que por todos motivos debía estar más en contradicción con el asesinato de los blancos, y a uno de los Jefes de más confianza  de la autoridad, ¿podría dirigirse Piar como instrumento de este horror? Esto no se puede creer ni aún en delirio, y es más ridículo que cierto. No menos lo es el cargo de que se sacrificarían por sus designios; si podía emprender cualquier trama satisfecho en su influjo y su autoridad, ¿cómo ha sido tan ignorante y sencillo para venirse solo y desprevenido al Juncal, y no fue al Cuartel General a disponer de las fuerzas y verificar sus intentos? ¿Por qué, si estaba seguro de que el Gral. Anzoátegui y los cuerpos obedecerían sus mandatos, se separa de las Misiones, se desprende de su valiente escuadrón y se viene solo a hablar para la conspiración a algunos de sus enemigos? En todo esto debe haber un gran misterio que yo no puedo penetrar.
            ¿Quién dudará que la falta del árbol genealógico que se dice haber sido encontrado en sus papeles, y en el que se le hace descender de los príncipes de Portugal, es una invención forjada por sus enemigos? ¿Todo esto no prueba suficientemente que tiene muchos, secretos y poderosos? Sería ensordecerse a los clamores de la Justicia no conocer lo que digo.
            Yo creo que es tiempo, Excmo. Señor, de que yo termine mi defensa. Quisiera extenderme más a favor del acusado, pero me parece haber dicho cuanto puedo; que la sabiduría y prudencia de los dignos miembros de este tan augusto Consejo conocerán mejor que el defensor las razones que éste no haya podido alegar, y que más amparen al defendido. El y yo nos tranquilizamos al ver que va a ser juzgado por un Tribunal de Jefes rectos que no serán insensibles a sus grandes y continuados servicios, a su mérito, a sus padecimientos y a los laureles que ha recogido en tantos gloriosos campos, cuya ilustre memoria no se puede recordar sin interesar la compasión. Contemple V. E. y U. SS., señores Ministros del Consejo, que éste es el mismo General Piar que tantas veces ha dado la vida a la República, que ha roto las cadenas de tantos venezolanos y que ha libertado Provincias; que su espada es más temible a los españoles que lo que es la de Napoleón; y que a su presencia han temblado todos los tiranos de Venezuela; que sus trabajos y persecuciones serán un triunfo para nuestros verdugos, y los complacerán más que diez batallas; que la República parece que debe ser generosa con uno de sus ínclitos hijos, pues la clemencia bien aplicada es el mayor bien del universo; que se considere su decaída salud, su delicada naturaleza, sus sufrimientos, su edad, el oprobio que ha padecido, su conocido arrepentimiento y las aflicciones que ahogan su alma; que se le dispense a su calor; que no se sea tan fiero con un libertador de Venezuela, y que se recuerde que se creyó dañado y se desahogó con sus quejas, pero sin la intención de hacer mal. Cuartel General de Angostura, octubre 15 de 1817.   Excmo. Señor.                                               F. Galindo.                                       
                                        


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